En contra de lo afirmado por Donald Trump, no hay tropas chinas en Bagram, principal base aérea en territorio afgano durante los veinte años de ocupación estadounidense. Así lo aseguró ayer domingo Zabihullah Mujahid, portavoz del Emirato Islámico de Afganistán.
El presidente de EE.UU. había hecho tal afirmación ante las cámaras tras la primera reunión de su gabinete, el miércoles pasado, flanqueado por el secretario de Estado, Marco Rubio - con cara de póker- y su homólogo de Defensa, Pete Hegseth, que parecía disfrutar del espectáculo.
Trump, de hecho, criticó a su predecesor, Joe Biden, por haber abandonado la gigantesca base y amagó con recuperarla, junto con “los miles de millones de dólares en equipos militares que dejamos atrás”. “No por Afganistán”, aclaró, “sino por China, que tiene misiles nucleares a una hora de allí y también por Irán”. Efectivamente, el valor estratégico de Bagram en caso de guerra con Irán -como nunca ha dejado de barajar Beniamin Netanyahu- es notable.
¿Por qué desinforma? El presidente de un país importante debería hablar con rigor
El portavoz talibán ha precisado que “no hay ni un solo chino armado” en la inmensa base. “Tampoco tenemos acuerdos de ese tipo con ningún país. ¿Por qué desinforma? Debería tener información precisa, es el líder de un país importante y debería hablar con rigor”.
Donald Trump, además, pasa de puntillas por el hecho de que fue su gobierno el que firmó en Doha, con los talibanes, la retirada del ejército estadounidense de Afganistán. Fue hace cinco años, un 29 de febrero, deliberadamente, para que su claudicación no fuera rememorada cada año.
De hecho, los talibanes se refirieron a dicho acuerdo el viernes pasado, diciendo que ellos han cumplido con su parte, sin que eso les haya servido para gozar del reconocimiento internacionales. Según ellos, los países que están dispuestos a hacerlo no lo hacen por temor a las represalias norteamericanas.
Trump también hizo alusión al desfile militar que los talibanes organizaron en agosto pasado en Bagram, en el tercer aniversario de su toma de Kabul. Lo que no dijo es que el modesto armamento exhibido -unas pocas decenas de blindados y varios helicópteros- no suma ni de lejos el arsenal de “decenas de miles de millones de dólares” que, según él, EE.UU. dejó atrás y que el miércoles amagó con querer recuperar. Pero los talibanes ya han dicho que se trata de “botín de guerra” y que lo utilizarán para defenderse.
El caso es que la obsesión de Trump con Bagram -una hora al norte de Kabul- no es nueva, desde que la visitó por sorpresa como presidente, a finales de 2019. Luego, en 2021, afeó a Biden que no la retuviera, como dice que él habría hecho, “manteniendo algunos soldados”. Ya entonces lanzó por primera vez el aparente bulo -desmentido por Pekín- de que China había ocupado la base aérea. Todo ello, en completa desconexión con la realidad de la insurgencia en aquel entonces.
En la misma línea, a finales de 2023, en precampaña en EE.UU., llegó a ofrecer un trato a los talibanes para que las tropas estadounidenses pudieran regresar a aquellas instalaciones. Por último, en la campaña de hace unos meses, volvió a referirse a Bagram a la ligera, pero confundiéndola con un yacimiento de petróleo en Alaska.
“La base aérea de Bagram es una de las mayores del mundo y tiene una de las pistas más grandes y resistentes. Allí puede aterrizar cualquier cosa. Aun así la entregamos, ¿y saben quién está allí ahora? China", desgranó Trump para la prensa, sin aportar pruebas.

El viernes, 28 de febrero, un atentado suicida mató a Hamid ul Haq, mulá de la madrasa Haqqania, y a otras siete personas en Akora Khattak, Pakistán. Era "la universidad de la yihad” y en ella se formaron muchos dirigentes talibanes afganos. El antecesor de Ul Haq, su propio padre, político islamista, había sido apuñalado mortalmente en Rawalpindi en 2018. El cónsul talibán en Peshawar acudió a los multitudinarios funerales del sábado (en la imagen) en la provincia pastún
Aunque hay un poso de verdad en las afirmaciones de Donald Trump. El vínculo de la República Popular de China con el Emirato Islámico de Afganistán -unidos por unos pocos kilómetros de frontera montañosa- es desconcertante. Aun sin reconocimiento -cómo tratar con un gobierno que no escolariza a sus chicas- se trata de una relación que va mucho más allá de la no agresión. Kabul ha prometido a Pekín que de Afganistán no partirá jamás amenaza alguna hacia territorio chino. Promesa que, por otro lado, también hicieron a Washington para su retirada. China se frota las manos ante el potencial minero del país (cobre, lapislázuli, etc.) pero ha tenido que armarse de paciencia.
Tangencialmente, por otro lado, este lunes el Servicio Federal de Seguridad, sucesor del KGB en Rusia, dijo haber “neutralizado” a un individuo que planeaba “acciones terroristas en el metro de Moscú” y en un una institución religiosa judía. Según esta agencia rusa, el sospechoso había planeado su huida precisamente a Afganistán tras el atentado, con la intención de unirse a un grupo terrorista. Cabe suponer que Estado Islámico, enemigo jurado de los talibanes.