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No me parece mal que se sepa. Y me gusta. Es buen momento para contarlo», dice Bárbara Lennie. Lo dice con determinación, pero sin arrogancia. Triste, pero se diría que orgullosa. La actriz regresa tras la pausa obligada por el nacimiento de su hija. Primero lo hace en la película Verano en diciembre, el debut a la dirección de Carolina África que se estrena ahora, y volverá a hacerlo pronto de la mano de Los tigres, de Alberto Rodríguez.
En la primera se cuenta la historia de una familia formada por mujeres, madre y hermanas, que discurre aquí, sobre todo aquí, pero también un poco allá. Entre España y Argentina. Y precisamente, algo de eso, de aquí y de allá, tiene la parte de la historia de la propia Bárbara Lennie que vio la luz por primera vez en el libro de Leila Guerriero La llamada. En él, ella es personaje secundario, pero esencial. En él se cuenta la historia de Silvia Labayru, la que fue la primera mujer de su padre, Alberto Lennie.
En marzo de 1976 se produjo en Argentina el golpe de Estado que dio comienzo a la más terrible de las dictaduras. Meses más tarde, en diciembre de ese mismo año, Silvia Labayru fue secuestrada por militares y trasladada a la ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada, en verdad el centro de detención en el que se torturó y asesinó a millares. Allí Silvia Labayru fue torturada, violada y forzada a realizar trabajo esclavo. Allí también tuvo a su hija Vera (hermanastra, por tanto, de Bárbara) que fue entregada a sus abuelos paternos Berta y Santiago, los abuelos de, en efecto, Bárbara Lennie.
Por el texto de Guerriero aprendemos el transparente relato de un horror minucioso y siempre en carne viva. Y de paso, aprendemos que la tía de Bárbara, Cristina, la hermana mayor de su padre, murió tras ingerir una cápsula de cianuro cuando era perseguida por el temible y brutal exmilitar Alfredo Ignacio Astiz; que otra de sus tías, Sandra, fue torturada en presencia de los mismos abuelos de antes que, sentados y encapuchados, oían los gritos de su hija... «Fue una puta locura, Leilita querida. Una puta locura», confiesa Alberto Lennie en el libro y Bárbara le da la razón. Alberto Lennie se exilió en Madrid y allí conoció a Gloria, la madre de Bárbara. En 1984 nació la ahora actriz y, con apenas unos meses, la familia se volvió a Buenos Aires para, unos años más tarde, regresar a Madrid. «Siento que tengo dos pieles y que debajo de la primera española, hay otra argentina", dice.
- ¿En qué momento de su carrera y de su vida diría que se encuentra?
- Tras un año sin rodar, quería volver a entrar de una manera ligera, suave, bien rodeada de amigas y gente querida. Ojalá fuera siempre así y pudiera trabajar con gente que te cuida y con la que te llevas bien. Verano en diciembre era una manera de regresar desde un espacio lúdico. Hace poco le escuché decir a Pilar Palomero que lo más importante para ella era el bienestar de la gente con la que trabaja. Era la primera vez que escuchaba algo parecido y me pareció muy bien.
- ¿Qué significa para un actriz estar un año alejada del trabajo y de la atención del público?
- Es complicado. Siempre hay un cierta presión. «¿Qué has estado haciendo? ¿Por qué no has rodado?», te preguntan. Lo que ocurre es que he permanecido en un estado que aún no sé describir. Todavía no lo sé. Es recién ahora que mi hija cumplirá dos años que empiezo a colocar las cosas en su sitio. Y es ahora que me doy cuenta de que tengo que arreglar cosas que hice porque no podía pensar bien. Tomé decisiones que tengo que intentar deshacer. El cerebro cambia y he estado este último tiempo en un estado de extrañeza que no sé muy bien cómo describir. De todas formas, lo que nunca me ha abandonado es la certeza de que todo iba a salir bien, de que iba a volver a trabajar... Yo sin este trabajo me hago pequeña, me vuelvo gris. Empecé con 15 años. Siempre ha estado conmigo.
- ¿A qué errores se refiere?
- No debo decirlo. Es un par de decisiones profesionales que tomé mal y que ahora tengo que ver cómo rehago. Alguien me tendría que haber dicho: «Hasta dentro de ocho o nueve meses, no te comprometas, no digas nada y estate tranquila».
- ¿Cómo de común es en su carrera hablar su acento argentino?
- Es más frecuente de lo que parece. Recuerdo que en 'Los Condenados, Isaki Lacuesta, que no sabía nada de mi ascendencia argentina, se quedó de piedra al escucharme. Luego he trabajado con Diego Lerman y en Las furias, de Miguel del Arco, también. Lo complicado en Verano en diciembre es que tenía que hacerlo mal, tenía que hablar mal en argentino. Y no me sale. Hablo demasiado bien argentino para hablarlo mal.
- ¿Cómo se relaciona con su doble nacionalidad?
- Pues últimamente pienso mucho en ello a raíz de la publicación de La llamada. Y no paro de darle vueltas. Pienso en un espectáculo que me gustaría hacer con todo ese material. No siento que tenga una doble nacionalidad. Soy muy de aquí. Es más bien como si tuviera una segunda piel, una doble piel española y, más abajo, argentina. Por otro lado, mi familia de allí ahora mismo está viniendo mucho a España por la situación del país. Digamos que ahora mismo los tengo muy presentes. Y luego el nacimiento de una hija hace que te lo replantees todo de nuevo. Me gustaría que para ella Argentina fuera un lugar importante, que entienda de donde viene.
- Hablemos de La llamada, ¿Cómo le ha afectado su publicación?
- Reconozco que tras la publicación fueron varias semanas extrañas, inmovilizadoras. Sobre todo para mi padre. Él se ofreció, como siempre hace, de una manera muy generosa, sin filtros. Y después se sintió un poco aterrorizado. Pasa siempre que hablas en público o con la prensa. Te sientes rara. No te reconoces en lo que aparece escrito. Él se sintió muy expuesto con un historia que le toca muy profundamente. Pero ya está en paz con ella. Ahora lo que desearía es apropiarme de ese relato que me remueve y me conmueve. En realidad, el libro me ha servido de revulsivo para ponerme a trabajar.
- ¿Todo lo ocurrido formaba para de la conversación de la familia o era algo de lo que se guardaba silencio?
- Formaba parte de la conversación con la única excepción de mis abuelos. Ellos preferían callar. Ellos nunca quisieron hablar de su detención y tortura. Fuimos nosotros los que preguntamos. Recuerdo que una vez le escuché comentar algo a mi abuela en una comida, que si fueron detenidos y luego torturados junto a mi tía Sandra... Era un asunto demasiado grande que siempre ha estado presente aunque no lo mencionáramos. Fue todo tan fuerte y tan traumático que durante años se obvió todo, todo lo que tenía que ver con la muerte de mi tía. Pero no ha sido un tema tabú. Es extraño. Hay asuntos que duelen tanto que no sabes muy bien cómo acercarte a ellos. Yo empecé a preguntar directamente muy tarde. Tendría veintimuchos años.
- Cuando dice que quiere apropiarse del relato, ¿a qué se refiere?
- Ni yo misma lo sé. No sé qué forma puede adquirir todo el material casero y todas las anotaciones coleccionadas durante todo este tiempo. Hay una serie de entrevistas que hizo una periodista a mis abuelos en su casa. Es un material maravilloso. Ver a mis abuelos contar su historia es aterrador, pero a la vez fascinante y, a su modo, bello. Es precioso, es realmente apabullante. Después tengo unas cintas muy bonitas que nos mandábamos cuando no había móvil. En cintas de casete nos contábamos las cosas del día a día. Creo que es una forma no solo de hablar de lo más brutal, también es un modo de hablar de la inmigración, de la identidad, de la constitución de una familia. La verdad es que tengo más preguntas que respuestas.
- ¿Qué recuerdos guarda de sus abuelos?
- Eran geniales. Recuerdo que mi abuela murió cuando estaba en Buenos Aires de gira con La función por hacer. Quiero creer que me esperó y se murió. Era divertidísima, muy alocada, muy chiripitiflaútica, pero a la vez muy melancólica y muy triste. No les pregunté casi nada. Casi nada. Les filmé en su casa, sus manos, sus caras, pero no les pregunté casi nada porque realmente les costaba muchísimo hablar.
- ¿Y qué recuerdo guarda de Silvia Labayru, la protagonista de La llamada?
- Le vi muchas veces, pero no tuve un contacto real con ella. Pero sí, la recuerdo en casa con Vera y mis sobrinos... No sé, también eso me intriga: cómo hacemos los hijos con las historias de nuestros padres, cómo las recibimos, cómo nos hacemos cargo de ellas... Y lo digo también por mi hija. En todo lo que imagino ella está muy presente. De alguna forma, siento la necesidad de volver a la historia de mis padres y mis abuelos por ella.
- ¿Y qué siente cuando el presidente de la Argentina actual niega o disculpa los crímenes de la dictadura?
- Es horrible, además de peligrosísimo. Me cuesta mucho entenderlo. Es increíble ver el negacionismo de ahora en Argentina después de los logros obtenidos en memoria histórica, logros que en España no existen, donde abuelos y abuelas no han tenido siquiera la oportunidad de enterrar como se debe a los suyos. No sé cuánto va a calar ese discurso en la sociedad. No me puedo imaginar que vayan a desmantelar la ESMA [ahora es un Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos], pero me preocupa cómo van a recibir ese discurso las generaciones más jóvenes que viven un momento tan desesperanzado.
- Y al lado del horror de la dictadura, está el castigo del exilio...
- Sí, aunque para mis padres, pese a todo, fue un periodo muy excitante. Llegaron a España y les pareció un lugar curioso e infradesarrollado. Pero vivieron el inicio de la democracia y se lo pasaron increíble. En Madrid recobraron las ganas de vivir, con toda la culpabilidad de estar vivos... Pudieron estudiar, completaron sus carreras. Están muy agradecidos. Aquí se conocieron, se enamoraron y se quedaron embarazados, embarazados de mí. Vivieron la sensación de ser expulsados y, a la vez, de ser recibidos. España les recibió con los brazos abiertos en un momento crucial de su historia. Lo que sucedió es que empezaron a echar de menos tener a su familia y por eso decidieron volver cuando ya la democracia estaba instaurada otra vez en Argentina. Viví allí desde los tres meses a los seis años...
- Estuvo entonces presente, aunque fuera un bebé, en el juicio a los generales de 1985...
- Fue un milagro. Luego, eso sí, se firmó la Ley de Obediencia Debida y Punto Final... Todavía tengo muchas preguntas pendientes. Fue todo tan increíble. Cuando hablo con mi padre es como estar en un película. «¿De verdad viviste eso? ¿En serio te mandaron a hacer esto y te quedaste dormido y por eso sobreviviste?»...
- ¿Cómo es eso de que se quedó dormido?
- Sí, fue una historia que me contó. Sobrevivir está lleno de casualidades. Sobrevivir puede suponer que llegas diez minutos tarde porque has perdido el autobús y han fusilado a todos los que estaban en el piso porque te has quedado dormido. El azar forma parte de la vida.
- ¿Cuánta importancia le da al azar una actriz?
- Mucha. El mundo es incontrolable y está bien que así sea. Este trabajo tiene mucho que ver con la incertidumbre, con lo azaroso... Yo he renunciado a querer explicar mi oficio. Me parece que está bien que no sea muy explicable.
- Se habla mucho de lo que ha cambiado el cine español gracias a la irrupción de la voz de la mujer...
- Sí, hay muchas más mujeres directoras y notas que las cosas han cambiado en la forma de vincularnos, en la forma de ejercer el poder... Digamos que se ha despertado una conciencia y está bien que sea así.
- De momento, uno de los pocos directores que han sido señalados en España ha sido Carlos Vermut. Con el que trabajó en Magical girl. ¿Qué pensó al leer los testimonios de las mujeres agredidas y al ver su nombre ahí expuesto?
- Me dio mucha pena y me sigue dando mucha pena saber que, además de todo, no va a volver a trabajar nunca más en este país. Ya le costaba antes, ahora no quiero ni imaginarlo... De todas formas, tengo yo muchas preguntas en torno a este caso, a cómo se ha tratado y a cómo se publicó incluso. Además, hay muchos otros más poderosos que Vermut en esta industria que no han salido porque quizá han conseguido pararlo. Al final, él ha sido una cabeza de turco. Sea como sea, está bien que todo salga a la luz, pero no creo que ese caso en concreto haya servido para mucho más allá de cargarse a un director. No le voy a justificar en absoluto por otro lado y más después de la entrevista que dio. Me imagino que es responsabilidad de todos y de todas.
- Por cierto, ¿ha vivido muchos veranos en diciembre?
- Un montón y son mucho más divertidas las navidades en verano. Las recuerdo como un paraíso en el campo, en la casa de mis abuelos, con toda la familia... Te bañabas en la piscina, ibas en bolas, había fuegos artificiales... Y la iconografía era con la nieve, Papá Noel. Muy divertido.